jueves, 24 de enero de 2008

Mi mar


Mi mar

Cuando visito estas costas me renuevo; este es mi mar, el Caribe, espectacular paisaje a todo lo largo de este litoral. Esta es la mejor época del año para disfrutarlo. La fuerte brisa que pega del norte amaina caritativamente el calor, esos son mis queridos vientos alisios que “como beso de virgen me acarician” y me colman de placer.

Toda mi vida se conjuga en este momento.
El presente: lo disfruto físicamente al sentir la brisa que viene del mar, la bondad de la temperatura y la humedad disminuida, la fruición al pisar descalzo las blancas arenas, el rugido rítmico y arrullador de la olas; las algas me hablan de esperanza, porque su presencia manifiesta que no es tan grave la contaminación, al menos en este punto geográfico; las aves marina, los pescadores artesanales en sus rústica embarcaciones; las criaturas en la arena, conchas y pequeños moluscos, el dólar de mar que todavía se recoge en esta playa y otras especies.
El pasado: resurge en mi memoria aquel juego de niño que consistía en quedarse inmóvil de pie en una plataforma a la orilla del mar y esperar que las olas reventaran violentamente en el muro sobre el que estábamos, la fuerza del golpe era tal que el agua y la espuma majestuosamente se elevaban varios metros sobre nuestras cabezas, el último en huir de la ola era el ganador. El premio del afortunado era la reprimenda que recibía por ingresar al aula todo bañado en agua de mar y casi siempre lo coronaban con un regreso inmediato a casa con una amonestación. Aún con la amenaza de un posible castigo, al día siguiente temprano la pléyade de niños estábamos listos para nuestro alegre juego con las olas del mar, no todo el año la olas eran tan benévolas y teníamos que aprovechar.
Recuerdo también mis escapadas con la complicidad de la noche par ir a nadar al arrecife infestado de barracudas, el miedo a la oscuridad y a las criaturas del mar no eran óbice para nuestra diversión nocturna.
El futuro: sueño con el día en que no asistiré pero estaré presente, veo caer lentamente mis cenizas en esta costa para unirme a otros tantos que aquí descansan, como Sir Francis Drake y los infelices que morían en tiempo de las peregrinaciones por mar al Cristo Negro de Portobelo, ahogados o devorado por tiburones al naufragar las precarias naves.

Esta visita la disfruto porque ahora me bañan otras aguas y me alimento con la sal del otro océano, pero necesito volver periódicamente para sentir que viví, que aún vivo y que aquí descansaré.

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